El Slow Shopping: Una oportunidad para el retailer

El movimiento slow nace de la consciencia por la sostenibilidad en todos los sentidos. Se trata de un estilo de vida basado en tomar consciencia de cada momento, que propone recuperar el control de nuestro propio tiempo sin someternos a la inmediatez del consumo en la sociedad actual.

El ritmo al que estamos acostumbrados a comprar y consumir nos impide reflexionar en cuáles son las implicaciones, para la sociedad y el entorno, del simple hecho de comprar aquello que estamos comprando. Un pequeño gesto inconsciente puede tener gran un impacto en la vida de muchas personas o en el medio ambiente. Realizar las actividades de compra y consumo con tiempo, sin presión, en un ambiente relajado e intentando ser conscientes del proceso, nos lleva a plantearnos estas y otras implicaciones sociales.

Este movimiento nos replantea las relaciones que se establecen entre comerciantes y clientes, la conexión con el producto en sí y nos ofrece una experiencia durante el servicio que nos prestan las tiendas. El slow shopping cambia las dinámicas de consumo, promoviendo y ofreciendo un conocimiento profundo del producto y restableciendo los ritmos desacelerados implícitos en la sostenibilidad.

¿Por qué puede ser una ventaja para el retail?

La mayoría de los manuales de venta, especialmente los americanos, promueven la idea arquetípica del “push”, donde el buen vendedor es el que “empuja” al cliente hacia la compra. Es decir, forzar la venta a través de estímulos y recursos comerciales de todo tipo. Según esta idea, a más reclamos, más estímulos, y más presión, más ventas. Gran parte de las tiendas que vemos hoy están concebidas con esta idea de entorno hostil.

Pero, resulta que antes de consumidores, somos animales, y, como tales, nuestro instinto primitivo de supervivencia hace que en cuanto identificamos un entorno como hostil, nuestra predisposición a aceptar sugerencias y recomendaciones sea mínima. Por eso, las tiendas hostiles no generan confianza. Y puede que la hostilidad genere ventas, pero sólo la confianza puede generar beneficios.

En primer lugar, el slow shopping nos obliga a plantearnos una experiencia de compra extraordinaria: una experiencia pausada, consciente y reflexiva, que seguramente dejará una huella emocional mucho más intensa en el comprador. Esto se traduce, en términos prácticos, en mayor vinculación, mas fidelidad, más recurrencia, más tiempo medio en la tienda y más compromiso en general con la marca.

Por paradójico que resulte, un modelo de tienda donde “comprar” no sea la acción más importante del “viaje”, puede que sea mucho más rentable que un espacio lleno de estímulos. Una experiencia de compra radicalmente más amable, como la que propone el slow shopping nos sitúa, como vendedores, junto al cliente y no frente a él.

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